25 de julio de 2011

Final feliz

Avancé por el callejón. Perdido en mis meditaciones sobre el futuro que me aguardaba y el pasado que me pisaba los talones, me sumergí en la oscuridad que llenaba a rebosar aquel apéndice de la manzana. El tintineo del dinero suelto que llevaba en un bolsillo era una odiosa compañía, y la vibración del móvil que provenía del otro me recordaba que alguien se acordaba de mi. Dos bidones tumbados sobre el suelo aún caliente tras la larga exposición al calor del día se interponían entre mi destino y yo. Pensando en mis cosas y sintiendo algo dentro de mí que me prendía como el fuego, los sorteé y me apoyé en la pared del fondo. Entonces logré apartar mis profundas reflexiones por un instante y recordé por qué había llegado hasta allí: para vomitar las siete copas de alcohol que me había bebido en la última hora y media, toda la cena y parte de la comida, sin que nadie me viera y conservar así un mínimo de dignidad.

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