17 de julio de 2011

Ingravidez

Poco después de pulsar el botón de la planta baja un ligero escalofrío recorrió mi espalda de principio a fin, de abajo a arriba, en un increcendo de intensidad. Bajando desde la séptima planta, me percaté de cómo mi cuerpo había sufrido un cambio instantáneo y no despreciable. La sensación de ingravidez que se siente al usar un ascensor en esta ocasión era más pronunciada. Comenzó a acelerar su descenso.

La caída, que en realidad duró unos instantes, me pareció una eternidad. Consciente de que solamente me quedaban unos segundos antes de sentir el impacto, intenté concentrar todos mis esfuerzos en encontrar la manera de sobrevivir a la catástrofe, pero solo logré esbozar una mueca de horror, la cual vi reflejada en el espejo del ascensor.

Si algo tenía para mí de interesante la muerte, era que, según se dice, te brindaba la oportunidad de hacer un último visionado de toda tu vida y recordar lo olvidado, de manera que el tránsito se hacía esperanzador. Pero mi vida no pasó delante de mis ojos como en una película, pues tenía toda mi atención concentrada en la imagen que me devolvía el espejo. De esa manera, y sin ser mi intención, me impedí a mí mismo recordar para olvidar y beber de las aguas del Leteo.


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